Hasta hace años parecía imposible, pero el lunes pasado ocurrió. La que fuera una de las empresas más grandes del planeta y símbolo del modelo económico norteamericano no aguantó más. General Motors Corp (GM) se declaró en bancarrota.
La caída del otrora gigante de la industria automotriz sólo es comparable con las quiebras del banco Lehman Brothers el año pasado 2008 y la compañía de telecomunicaciones Worldcom en 2002, según recogió la prensa estadounidense.
Sólo la intervención del Gobierno estadounidense con 30 mil millones de dólares suavizó el desplome y parece abrir la puerta de una "nueva era" para la ensambladora y para el sector automotor.
Salarios y beneficios para directivos y obreros muy por encima de la media de otras automotrices, vehículos con alto consumo de gasolina en los años que más se incrementaron los precios de los hidrocarburos y una mala administración saltan como las causas del derrumbe.
La crisis financiera también jugó su papel al provocar una estrepitosa caída en la venta de carros en Estados Unidos que encontró a la marca con poca liquidez en el momento que más deudas acumulaba.
Algunos de esos efectos se están repitiendo en la industria automotriz de otras naciones y también han generado la respuesta de los Gobiernos.
Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, anunció el viernes pasado un préstamo a la GM de ese país para el ensamblaje de un nuevo modelo e intentar preservar 2.200 puestos de trabajo, reseñó la agencia de noticias Efe.
El mandatario colombiano, Álvaro Uribe, movió ficha desde el pasado marzo al aprobar un plan de créditos para la compra de vehículos que evite una caída del consumo y afecte a los fabricantes.
Ajena a este contexto, la industria automotriz venezolana vive su propio calvario y los empresarios aún esperan la respuesta del Ejecutivo. En juego están 10.245 empleos directos y cerca de 40.000 indirectos.